Los fantásticos libros voladores del Sr. Morris Lessmore, de William Joyce e ilustrado por William Joyce y Joe Bluhm, con traducción de Janell de la Rosa.The Fantastic Flying Books of Mr Morris Lessmore, una peliculita de apenas 15 minutos de duración inspirada en el huracán Katrina, Buster Keaton y El mago de Oz –que consiguió el Oscar al mejor cortometraje de animación en 2011- narra la historia de un escritor y de cómo los libros marcaron su vida. Tras el éxito cinematográfico, sus creadores lo han convertido en un libro de hermosas ilustraciones para bibliófilos. (Alfaguara Infantil, 13,45 €)
El libro que se sentía solo, de Kate Bernheimer e ilustraciones de Chris Sheban, con traducción de Teresa Farran. Este volumen es un claro ejemplo de que a veces conviene recrearse en aquello que permanece olvidado en el tiempo. Bernheimer narra la historia de un libro infantil de cubierta verde y marcapáginas de tela amarilla de una biblioteca pública al que ya no lee nadie, por lo que se siento solo y arrinconado. Las realistas ilustraciones a pastel aportan un deje de nostalgia a este relato cargado de buenos sentimientos hacia los libros y la lectura. (Juventud, 13 €)
A mí no me gustan los libros, de Joan Portell Rifà y dibujos de Oriol Hernández. Este librito cuenta el problema de Juan, un niño al que sus padres (profesores) y sus abuelos (libreros) le regalan libros en cumpleaños y Reyes, cuando él lo que quiere es un balón para jugar con sus amigos. Así que llega a aborrecerlos hasta que descubre que pueden servir ¡como porterías de fútbol! Todo cambia cuando conoce a una niña, Nayana, y se enamora. Oriol Hernández, un dibujante de cómic con mucho futuro que ha trabajado también en el campo de la publicidad y en el de la animación, le aporta realismo a esta tierna historia. (Algar, 8,75 €)
¡Libros!, de Murray McCain y diseñado e ilustrado por John Alcorn, con traducción de María Serrano. Este pequeño manual de bibliofilia publicado originalmente en 1962 y dirigido a los niños es una oda a los libros y a la lectura, a las palabras y a la tipografía. Esta joya de la literatura infantil no renuncia 53 años después de su publicación al afán de ofrecerse como estímulo para introducir a los más pequeños en el mundo de los libros. Un ejemplar de gran valor tanto por el diseño como por el color de sus ilustraciones o la elocuencia de su texto. ¡Cómprenlo y regálenselo a cualquier niño al que amen! (Gustavo Gili, 10 €)
El pez rojo, de Taeeun Yoo, con traducción de Carlos Heras. ¿Se puede soñar con algún lugar más fascinante que una antigua biblioteca escondida en mitad del bosque? La difusa frontera entre la realidad y la ficción está presente en este álbum de cuidada edición y hermosa propuesta estética, con tonalidades ocres a base de tintas y pluma donde destacan las pinceladas rojas de los elementos que centran la atención de la historia. Son ilustraciones estimulantes que apenas necesitan palabras. Disfrutar con los dibujos de esta coreana es una auténtica delicia. (Faktoría K de Libros, 14 €)
La señora de los libros, de Heather Henson e ilustrado por David Small, con traducción de Carlos Mayor. Basado en hechos reales, como las películas de sobremesa de Antena 3. Trata sobre las bibliotecarias a caballo de los Apalaches de Kentucky, que en los años treinta del pasado siglo llevaban libros a los lugares más apartados de las montañas donde no existían bibliotecas. Esta historia dibujada con la delicadeza de la acuarela, aunque al más puro estilo cómic, es uno de los libros infantiles más bellos que he leído en mi vida. Otro canto de amor a nuestros amigos silenciosos. (Juventud, 13 €)
El increíble niño comelibros, de Oliver Jeffers, con traducción de Francisco Segovia. Todos conocemos la existencia de bibliófagos, esa escondida secta de devoradores (literal, no en sentido figurado) de libros. El protagonista, Enrique, empieza por error a comerse una palabra, a lo que le sigue una frase, un párrafo, una página… hasta que finalmente ¡se come un libro entero! Para las coloristas ilustraciones se utiliza el acrílico, la técnica de la pintura industrial y el collage, hecho a partir de páginas de viejos libros, mapas, libretas, etcétera. Divertidísimo. (Fondo de Cultura Económica, 14 €)
La letra que no tenía trabajo, de Miguel Fernández-Pacheco e ilustrado por Javier Serrano. Galardonado con el Premio Internacional de Ilustración de la Fundación Santa María, es una de esas propuestas en las que se logra una exquisita fusión entre un texto literario redondo y una propuesta gráfica magnífica. Lamentablemente lo tienen que haber creado dos españoles, porque para eso vivimos en el país del desempleo. Se cuenta la historia de la letra ñ, que al no encontrar trabajo en su país, ha de emprender un largo viaje en busca de empleo. ¿Les suena el argumento? (SM, 14,50 €)
Si yo fuese un libro, de José Jorge Letria e ilustrado por André Letria, con traducción de Manuel Pérez Subirana. Reflexiones, aforismos, metáforas y sentencias acerca de la vida interior de los libros. Un ejemplo: “Si yo fuese un libro, me gustaría oírle decir a alguien: este libro cambió mi vida”. Porque un libro no es sólo un conjunto de hojas impresas agrupadas de forma ordenada. Una golosina bellamente encuadernada que se deja acariciar de maravilla porque su contenido es una constante provocación a la lectura, tanto para los pequeños como para los adultos. (Juventud, 16 €)
León de biblioteca, de Michelle Knudsen e ilustrado por Kevin Hawkes, con traducción de Carmen Diana Dearden. “Algunas veces hay una muy buena razón para quebrantar las reglas”. Esta lúcida reflexión resume el mensaje de este volumen donde un entrañable león nos enseña que no hay mayor aventura que la que nos permite vivir un buen libro sin necesidad de movernos del sitio. Una historia perfectamente construida, divertida, y con unas ilustraciones en carboncillo y acuarela que le dan ese toque tan especial de clásico. (Ekaré, 15 €)
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